María Plácida Rodríguez en junio del 2000
Curación del kuichi
Este texto es parte del escrito sobre el kuichi (arco iris, espírito maligno) en el libro La Venadita.
Al comienzo de la primera curación fregué el cuerpo del niñito con un cuy blanco, soplando trago y humo de tabaco. Luego preparé un baño para limpiarle. Para esto machaqué sobre una piedra lavada, hierbas curativas como tigraisillo, congona, ruda y santamaría y añadí canela e ishpingo. Golpeé y golpeé hasta que todo estuvo bien ñutu (desmenuzado), añadí agua bendita, trago y suero (un liquido amarillento que sobra en la producción del queso). Todo esto vertí en un traste y lo mezclé con agua tibia hasta que el baño tuvo la temperatura adecuada. Metí al niño al agua y, batiendo las palmas, exclamé con fuerza:
—Sal espíritu maligno del cuerpo de esta criatura. Creo en Dios y no en vos; creo en Dios y no en vos; creo en Dios y no en vos.
Con estas palabras el niño gritó como si hubiese recibido una descarga eléctrica. El kuichi había salido de su cuerpecito y quedó en el agua. El niño estaba curado.
Después de la curación del kuichi, el agua usada en el baño debe ser arrojada por un hombre a una quebrada. Hasta que llegue al lugar, él tiene que soplar fuertemente con trago y tabaco sobre el agua, para frenar la fuerza del kuichi. Luego el encomendado debe retornar corriendo sin ver hacia atrás. Por ningún motivo debe dejarse impresionar por lo que ahí suceda. Los cucos le silbarán, le gritarán y llamarán su atención para que él se vire. Si lo hiciera, estaría perdido en el poder de ellos.
Con susto recuerdo la ocasión cuando me tocó ir a una de esas quebradas. Fue después de curarle a una señora de Cayambe. Su problema era que abortaba cada vez a los tres meses de estar encinta. Su cuerpo no podía retener a ninguna criatura, todo indicaba que había sido atrapada por el kuichi. Lo vi clarito al barrerla con el cuy.
Hasta la una de la mañana la curé. Yo estaba sola en la casa y la señora había venido a verme sin su marido. Por eso me tocó a mí ir a la quebrada para botar el cuy y el agua del baño. Como debe ser, me fui soplando trago y echando humo de tabaco. Al regresar de ahí me percaté de una música linda … tatarán … tatarán … unos sonidos y ritmos que animaban a bailar. Sin embargo, yo sabía del peligro de esa seducción y me puse a orinar. Oriné ahí mismo y, sin regresar a ver, seguí mi camino de regreso, soplando trago y echando humo. ¡Cómo me hacían! Me silbaban, tocaban el bombo, me gritaban, hasta me tocaban en el cuerpo. Como no les hice caso, no me pasó nada.
De nuevo en casa espanté también a los cucos que habían quedado ahí.
Luego de esa curación, la mujer tuvo tres hijos, un hombrecito y dos hembritas.
En caso de que el enfermo siga con los malestares, procedo a una segunda sesión. Para esto, el afectado debe traerme dos muñecos que representen a un macho y a una hembra. Con éstos le barro el cuerpo mientras rezo y soplo con trago y humo de tabaco. De esta manera el kuichi sale del cuerpo del niño y se adhiera al de los muñecos. Después lleno un frasquito con la bebida preferida del niño y barro con esto nuevamente su cuerpo. Los muñecos y el líquido que sacaron la enfermedad del niño deben ser arrojados por un hombre en la quebrada.
Quizás sea necesaria una tercera cura. Limpio nuevamente el cuerpo del enfermo con un gallo vivo de cualquier color mientras rezo. Después corto la cresta del animal con un cuchillo y barro con ésa las coyunturas del brazo del paciente, manchando su piel con la sangre. Luego suelto al gallo, el cual escapa corriendo y cantando por tres ocasiones un canto que normalmente no se oye. Así, el niño se tranquiliza porque el gallo le ha quitado la enfermedad.
Con una aguja se pasa un hilo rojo por la cresta y se la cuelga en el cuello del niño como amuleto. Luego de tres días, o cuando esté seca, se entierra la cresta en el camino a la quebrada.